Archivo del Autor: L. Santacristina

Érase una vez…

Este blog lo abrí cuando llegué a Bélgica para estudiar mi erasmus. Aunque dejé de narrar lo que me sucedía precisamente en el ecuador de la experiencia, ésta no terminó entonces. Es solo que sucedieron otras cosas, encontré un trabajo que prolongó mi estancia y consumió mis horas hábiles entrevistando, investigando y transcribiendo.

Si sigues leyendo más abajo encontrarás algunas de las situaciones, lugares y cosas que llamaron mi atención durante esa época. Otras muchas las conservo en la memoria y las acarreo en ese acumulado de comportamientos que llamamos ‘experiencia’.

tempus fugit

 

Ahora tengo media melena, sólo bebo Jupiler si el redondo no me paga al menos una Chouffe y las mis cláviculas sólo las aprecian las citas que me retiran la bufanda. Ossenmarkt es un plan residual después de vagar por los planetas que usan la droga para ponerse en órbita. En La Tomasa ahora me despiertan en catalán, abrazan en belga y bromean en holandés actuando como antídoto a mi fobia. Intento crear ritmo y coordinación en zumba, resistencia trotando a intervalos en el parque y endurecer mis nalgas en el agua. En estos 6 meses estoy reconciliándome con el cine y enamorándome de los espacios culturales de la ciudad. Haciendo míos algunos lugares y asumiendo el placer de algunas rutinas. Pero sobre todo, estoy sonriendo un poco más en cada rotación gracias a los que sin ser conscientes me están abduciendo.
Es muy raro estar en el ecuador de algo, por eso me escudo en el incierto futuro y sigo pensando que aún no tengo fecha de caducidad en esta ciudad.

POBLANDO 24.400 KILÓMETROS…

…de carri bici. En los Países Bajos hay el doble de bicicletas que de coches

El frío es tan agotador como un interlocutor egocéntrico que no te permite intervenir en la conversación ni da tregua. Así, igual que el segundo te provoca dolor de cabeza; el monólogo que nos estaban dictando las bajas temperaturas sumió al grupo en un intenso agotamiento tanto físico como mental. Teníamos los músculos agarrotados y las palabras trabadas, de haber podido le hubiésemos pegado una paliza al mercurio de los termómetros y desaparecido sin dar explicaciones.
En lugar de eso, buscamos el paliativo endiosándonos a nosotros mismos a base de confirmarnos una y otra vez que a pesar de las condiciones le habíamos dado con la puerta en las narices al termostato. Sin embargo también nuestros planes cambiaron, y si bien quisimos haber alcanzado Groningen (la ciudad más popular del norte de los Países Bajos) desvíamos el rumbo hacia el sur, encaminándonos a Utretch y en consecuencia a Amberes y la sensación de hogar, que aun metafórica evoca calidez.

En Utrecht encontramos muchas sorpresas. Creo que todos los posibles lectores de esta crónica comenzaron su existencia después de 1713 -de no ser así, por favor póngase en contacto conmigo bajo la más estricta discreción- y por tanto la ciudad les es familiar porque a España siempre le ha sentado muy mal perder y en este año y ciudad perdió Gibraltar. Aunque para un gran número de personas efectivamente Utrecht sea nada más que un concepto de libro de historia, no esconde sino expone más de 5 razones para visitarla.


Tiene casi tantos años como nuestro calendario gregoriano ya que los romanos, cansados del vino, quisieron probar la cerveza allá por el año 47 d.C. No fue casualidad que escogieran este lugar para asentarse, por la ciudad de Utretch discurre el Rin, que acompañado de sus amantes canales facilitaron tanto el tránsito que la ciudad se convirtio en potencia comercial. Una reminiscencia de ese éxito podría considerarse el perímetro que acompaña el principal canal de la ciudad, plagado de bares, terrazas que aparecerán con la primavera, barcos, lanchas y gente con manguitos bajo una colcha de árboles (y que nadie se engañe, no es «algo así como Ámsterdam», que se fundó en 1275).
Pero no toda la gloria le llega desde tiempos de Asuranceturix, por algo si no es descrita en las guías de viajeros como «ciudad medieval». Reflejo de entonces serían las numerosas iglesias que existen, pero no se puede pasar por alto el conjunto formado por la Torre Dom y la Catedral, en un principio parte de un mismo edificio, pero como (y ya está demostrado) siempre pasa en Bélgica y a partir de ahora también en los Países Bajos, el dinero se termina cuando el proyecto va por la mitad -uy, el tiempo pasa pero todo sigue igual-. Consecuencia de ésto la nave principal se construyó parece ser que con adobe, porque en 1674 una fuerte tormenta (el amarillismo dice que un tornado) la destruyó dejando incomunicados el transepto y la cabecera del templo de la torre de 112 metros que se alzó como más alta del país. Para disimular la ausencia han plantado muchos árboles, erigido una estatua y abierto un coffe shop justo al lado.
Pero no sólo del pasado se vive, y por eso la ciudad antigua es ahora una de las más jóvenes de Holanda con más de la mitad de los residentes menores de 30 años. Reflejo de ello es el intenso ambiente cultural que se respira con calles plagadas de galerías, museos y tiendas de los más variados temas así como casi tantos bares por calle como en España.

Pero de lo que siempre nos acordaremos será del café gratis en la estación central (como es la ciudad, localizada en el centro geográfico de Holanda), que facilitaban algunos de los establecimientos a todos los viajeros, afectados o no, por los retrasos o cancelaciones de los trenes. Un aliciente para sobrellevar la complejidad de moverse allí, dado que es considerada la estación más grande y complicada de entender de todo el país. También una tabla de salvación para aquellos que acudan a nuestro mismo hostal, que si bien era acogedor, bonito y socialmente comprometido (pertenece a una asociación cultural que rehabilita edificios históricos para evitar su demolición y los habilita como centros socio-culturales además de hostales) cobraba el desayuno a 7 euros y tenía las ventanas tan bien selladas que como regalo de buenos días nos regalaba estalactitas dentro de la habitación.

Y si bien en una entrada anterior me referí con entusiasmo al Festival de la Luz de Gante, debo ahora poner más énfasis todavía en el Trajectum Lumen, el recorrido señalizado que permite recorrer a pie todo el centro de la ciudad desde que ésta se vuelve mulata y pasear entre las 15 instalaciones artísiticas que envuelven el núcleo urbano en una psicodelia de luz y color.

Así que envueltos en historia, universidades, hielo y café descansamos y ahuyentamos en gran medida el frío que no el cansancio. Eso será tarea de la próxima etapa, el cuento de Zanse Schaanse.